En la entrega anterior hablé sobre
como el sufrimiento de mi hijo en la clínica me llevó a comprender mejor
nuestro propio sufrimiento y como El Padre Celestial debe permitirlo en nuestras
vidas, aún a pesar del dolor para poder formar en nosotros la imagen de Su
amado Hijo, Jesucristo.
La segunda reflexión que hice en ese lugar fue la siguiente:
Es un requisito para todo verdadero creyente MOSTRAR SOLIDARIDAD en los tiempos
difíciles (enfermedad, relaciones rotas, problemas emocionales, familiares,
muerte, cárcel, economía en bancarrota, etc.) hacia aquellos que nos rodean:
familiares, hermanos en la fe, amigos, compañeros de trabajo, vecinos, etc.
Debido a mi encierro involuntario en la clínica por casi una semana,
fui crítica y severa con aquellos que conocían por lo que estaba pasando con mi
hijo y no habían llamada, visitado, etc.
Tuve todo tipo de pensamientos condenatorios hacia diferentes personas.
No obstante, gracias doy al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo
y mío también que siempre está presto en amor y firmeza para revelarnos nuestros
más profundos y oscuros pecados e inclinaciones que nos alejan los unos de los
otros sin razón alguna. El me recordó
que en innumerables ocasiones, yo he estado sentada en el banquillo de los
acusados en donde tenía ahora a muchos de los míos. Vino a mi mente cuando familiares, hermanos
en la fe, amigos, compañeros de trabajo, vecinos, etc. han pasado por circunstancias adversas
y yo no los he apoyado.
Claro, justifiqué el hecho de mi ausencia con aseveraciones como:
“tengo esposo, dos hijos, trabajo, estudio, voy a la iglesia. Estoy agotada, en esos momentos no he podido decir
presente con una llamada o visita”.
Gracias debemos siempre dar a nuestro Dios que Él nos conoce: nuestras debilidades y prejuicios mas injustos ; sabe
que el querer hacer el bien está en nosotros por Su espíritu, pero que nuestra
carne es débil e inclinada continuamente al mal (Rom. 7:14-25), pero su misericordia no es lastima
humana que nos deja sumidos en el fango, ella nos muestra nuestra condición y
Su justicia nos conduce, guía al cambio.
El me mostró mi egoísmo al justificarme y al no
pensar que otros pudieran tener las mismas justificaciones o más reales aún que las mías y así no
juzgarlos tan duramente. Me mostró un camino mejor: “El
amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es
jactancioso, no se envanece; no
hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no
se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo
sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Co. 13:4-7).
La realidad es que los tiempos en que vivimos
es muy fácil envolverse en suplir nuestras propias necesidades reales y deseos egoístas;
todo está diseñado para que nos olvidemos de los demás y nos centremos en
nosotros mismos; olvidando así lo que
dice Santiago en el capítulo 1 verso 18: “La religión pura y sin mácula delante
de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus
tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo”.
El mundo con toda su publicidad, programas de tv, radio, etc. nos insta a satisfacernos de
inmediato, no hay lugar para el dominio propio sino para la recompensa
inmediata de nuestros anhelos porque “¡lo merecemos! ¡Trabajamos mucho y tenemos derecho!”
¡Cuán lejos está esto de la vida que vivió nuestro amado
Salvador! En Marcos 1:39-42, 2:1-5,
6:13; Mateo 12:15, Lucas 4:40, 6:19, 9:11 vemos como el Señor anduvo en esta
tierra haciendo el bien: sanando, alimentando física y espiritualmente, así
como enseñando a aquellos que propagarían las buenas nuevas de Su venida a la
tierra. Wow! ¡Esta fue una vida sin desperdicio alguno de tiempo!
El dispuso su tiempo al servicio de los demás,
nunca malgastó sus horas en diversiones insulsas y deseos egoísta; cuando no estaba con la gente, estaba buscando el rostro de Su Padre, de donde provenía su fortaleza y eficiencia. Él vivió una vida plena y llena de
satisfacción, a diferencia de la nuestra, que por vivir para nosotros, estamos
insatisfechos, vacíos y siempre tratando de lograr nuestra felicidad, olvidando lo que dice Mateo 16:24-26: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo,
y tome su cruz, y sígame. Porque todo el
que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa
de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo,
y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?
Aunque seamos cristianos, si no vivimos por El y para El,
entonces seremos debiluchos espirituales y derrotados diariamente por nuestra
concupiscencia (egoísmo, carnalidad, orgullo, etc.).
Es tiempo de que despertemos y ofrezcamos
nuestras vidas a Aquel que dio la suya, siendo nosotros malos y perversos. ¡La
diferencia entre nosotros y Él es abismal, la suya es valiosa, elevada y digna
de imitar! El lavó los pies de sus
discípulos y al hacerlo, modeló el mayor ejemplo de siervo que ha pasado por la
tierra. Entonces debemos entender que lo menos que podemos hacer en
agradecimiento (no en pago) es servirle en adoración y entrega a los demás (Juan 13:3-17).
El verso 17 dice: “Si sabéis estas cosas,
bienaventurados seréis si las hiciereis”. No basta con saber lo que debemos hacer… ¡HAY
QUE HACERLO! Sé que muchos podrán decir
conmigo: “Sé tantas cosas que debo y no debo hacer, y sin embargo, termino
haciéndolas ocasionalmente o a menudo”. Les remito
nuevamente a Romanos 7:18-25, ya que nos lo explica muy bien: el querer hacer
el bien está en nosotros (por haber nacido de nuevo) pero nuestra naturaleza
original nos estorba en muchas ocasiones.
Concluyo reconociendo que aunque conozco y
sé muchas cosas que debo y no debo hacer, aún continúo haciéndolas, debido a
una sola cosa: puedo leer todos los libros que se hayan escrito en todo el
mundo, puedo estudiar toda mi vida en el mejor instituto bíblico fundado, puedo
conocer la Biblia de tapa a tapa, puedo memorizarla completamente, y sin
embargo, si me falta Su gracia para aplicar todo ese conocimiento al alma y al
espíritu de nada me sirve. “La letra
mata más mas el Espíritu vivifica”, ¡Oh, sublime gracia del Señor necesito de ti para traer vida a mis huesos
secos y alma desierta!
Su gracia es el pegamento que une el conocimiento de El a nuestras
acciones.
Podemos vivir por años y años sirviendo al
Señor (por lo menos, creyendo que lo estamos haciendo) y sin embargo, no ser
fructíferos en ninguna de las áreas de nuestras vidas (familiar, ministerial,
laboral, etc.) porque Su gracia es lo que nos capacita para hacer lo que
debemos.
Aunque Su gracia es inmerecida, no obtenible
por méritos humanos, no obstante es bien sabido que ésta debemos buscarla en
intima comunión a través de la lectura y meditación de la Biblia, oración y adoración
al único Dios verdadero continuamente, con un corazón contrito y humillado.
¡Oh, Señor, concédenos el acercarnos a ti
con gozo y gustar de tus delicias en tu presencia para que podamos ser tu
cuerpo que trae gloria y honra a tu Gran Nombre y sirva a los demás en sus
diferentes necesidades! ¡Amén!
Su gracia es el pegamento que une el conocimiento de El a nuestras acciones
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