lunes, 28 de febrero de 2011

La responsabilidad de los padres en la crianza de los hijos

La responsabilidad de los padres en la crianza de los hijos

“Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten” (Col. 3:20-21).
Aunque en ambos versículos aparece la palabra “padres”, en el original son dos palabras distintas. La del versículo 20 podemos traducirla como “progenitores”, e incluye tanto al padre como a la madre.

Es por eso que en el texto de Ef. 6 Pablo se vale del quinto mandamiento del Decálogo para recordar a los hijos que debían honrar padre y madre. De manera que ambos padres tienen una responsabilidad en la crianza de sus hijos, y ambos poseen la misma autoridad sobre ellos.

Sin embargo, el término que Pablo usa en el vers. 21 es la palabra griega páteres que parece señalar de manera especial a los hombres, a los padres. Ellos son los que tienen la responsabilidad primaria de guiar a la familia, incluyendo a sus esposas en el papel de madres.

Por supuesto, nosotros sabemos que las madres juegan un papel vital en la crianza de los hijos. Generalmente ellas pasan más tiempo con ellos y ejercen una influencia determinante en sus vidas. Pero el hombre es responsable ante Dios de proveer a su esposa y a sus hijos la guía, el sostén y la protección que necesitan en un clima de amor y servicio.

Ser cabeza de la familia no es contemplado en la Biblia como una ventaja, sino como una gran responsabilidad. Nosotros tenemos un trabajo que debemos hacer de manera intencional, procurando el bien espiritual y físico de nuestra esposa y nuestros hijos.

Dios nos ha llamado a hacer un trabajo, un trabajo que está muy por encima de nuestras capacidades naturales y que solo puede ser hecho en dependencia de Él.

Él nos contrató, Él nos da los recursos que necesitamos cada momento para poder ser los padres que Él quiere que seamos, y Él nos pedirá cuentas algún día por esa mayordomía que nos fue confiada.

Lamentablemente, la influencia del mundo ha tenido un impacto profundo en la iglesia de Cristo en este asunto. En muchos hogares cristianos es la mujer y no el hombre la que va delante en la vida espiritual de la familia y la crianza de los hijos.

Leí recientemente que un autor cristiano fue a proponerle a una casa publicadora un libro sobre la paternidad. El publicador le respondió que  los libros dirigidos a los padres no venden. “Nuestros estudios nos han mostrado que el 80% de los libros sobre crianza son comprados por las madres. Ellas los leen y se los pasan a sus maridos, (que) apenas los leen. Es difícil mercadear la paternidad a una audiencia femenina”.

Y el impacto que ese matriarcado está teniendo en las iglesias y en la sociedad es sencillamente devastador, sobre todo para el desarrollo de un verdadero liderazgo. La masculinidad es algo que se produce mayormente en un ambiente en el que las mujeres se comportan como mujeres y los hombres se comportan como hombres (no como machos, sino como hombres).

De manera que tanto el padre como la madre tienen la responsabilidad de criar a los hijos en el temor de Dios, pero el padre es el principal responsable de ese deber.

Ahora bien, antes de seguir adelante no debemos asumir que todo el mundo tiene una idea clara de cuál es esa tarea que Dios nos ha puesto por delante en lo tocante a la crianza de los hijos. Así que permítanme detenerme un momento para definir el significado de la palabra “paternidad”.

La responsabilidad que Dios ha puesto sobre nuestros hombros no es sencillamente la de proveer a nuestros hijos la crianza y la educación que necesitan en el proceso de desarrollo para pasar de ser niños a adultos.

Nuestra responsabilidad es traspasarles una cosmovisión, una forma de ver la vida a la luz de lo que Dios nos ha revelado en Su Palabra, de tal manera que ellos puedan vivir para Cristo aquí y ahora, y disfrutar de Él por toda la eternidad (comp. Deut. 6:1-9).

Noten que en ese pasaje no se está hablando simplemente del traspaso de una instrucción, sino del impacto de una relación. “Amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón… Sus palabras estarán sobre tu corazón… y las repetirás a tus hijos”.

La implicación es clara: el aspecto más importante de tu paternidad es tu propia relación con Dios. Padres que temen a Dios y se deleitan en Él serán, en la generalidad de los casos, los instrumentos usados por Dios para producir hijos que temen a Dios y se deleitan en Él.

© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

sábado, 26 de febrero de 2011

¡Cuidado con exasperar o provocar a ira a nuestros hijos!

¡Cuidado con exasperar o provocar a ira a nuestros hijos!

Si bien los hijos tienen el deber de obedecer a sus padres porque ellos poseen una autoridad legítima dada por Dios, los padres deben tener mucho cuidado con la forma como ejercen su autoridad. En Colosenses 3:21 se advierte a los padres que no exasperen a sus hijos, y en Efesios 6:4 que no los provoquen a ira.

Y aunque ambas ideas son similares, la palabra “exasperar” que Pablo usa en Colosenses es un poco más amplia; también incluye la idea de “quebrantar el espíritu”, “descorazonar”, “desesperanzar”, “sacarles el aire”.

¿Cuál es el resultado que suele producir ese tipo de crianza? Por un lado, hijos desalentados, desanimados, inseguros, sin iniciativa, resignados. O por el otro lado, hijos amargados, profundamente resentidos, no sólo contra sus padres, sino también contra el cristianismo que sus padres representan.

Por supuesto, no siempre que los hijos reaccionan así es por culpa de los padres, y el ejemplo más claro que tenemos en la Biblia es el de Dios mismo (comp. Deut. 1:25-27; Is. 1:3).

Pero es obvio que los padres podemos acarrear una cuota de culpa en la amargura y el resentimiento de nuestros hijos si los provocamos a ira o los exasperamos.

¿Qué es lo que Dios espera de nosotros, entonces? Que desarrollemos un estilo de paternidad que tienda a producir hijos esperanzados, estables, gozosos, proactivos, obedientes. La gran pregunta es ¿cómo? ¿Qué debemos hacer para producir hijos así?

Para responder esta pregunta, permítanme que vuelva a repetir algo que dije en una entrada anterior: En la medida en que el mensaje del evangelio de la gracia de Dios en Cristo permea toda nuestra vida, nuestra relación de intimidad con Él se acrecienta, nuestro proceso de santificación avanza y de ese modo vamos siendo equipados para ser los padres que debemos ser.

¿Saben por qué los padres podemos exasperar a nuestros hijos y provocarlos a ira?

Por nuestra hipocresía. Tenemos un doble estándar de evaluación, uno para ellos y otro para nosotros (la madre que exige sumisión de sus hijos, pero ella misma no se somete a su marido).
Por exigir de ellos cosas que son irrazonables, sin tomar en cuenta la inexperiencia o inmadurez de nuestros hijos.

Por corregirlos de forma vergonzosa y humillante. Algunos padres no saben corregir a sus hijos sin gritarles, o sin hablarles con ironía y aspereza, o los corrigen y disciplinan delante de otras personas.

Por una disciplina impulsiva, errática e inconsistente. Una falta que fue disciplinada hoy tal vez no lo será mañana o viceversa.

Por prometer cosas que no cumplimos.

Por mostrar favoritismo hacia un hijo en particular.
Por limitarnos a señalar lo que nuestros hijos hacen mal, sin alabarlos nunca o casi nunca por lo que hacen bien.

Todas esas cosas provocan a ira a nuestros hijos y los desalientan. Pero si hurgamos un poco más profundo encontraremos que la raíz del problema se encuentra en nuestros corazones. Pero eso lo veremos en nuestra próxima entrada.

© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

jueves, 24 de febrero de 2011

Para mantenerse joven


 24 de febrero 2011

Para mantenerse joven 
Charles R. Swindoll

     Me gustaría  darle varios consejos en cuanto a cómo mantenerse:

     Número uno: Su mente no está vieja, siga cultivándola. Vea menos televisión y lea más. Pase tiempo con personas que hablen de sucesos e ideas, en vez de hacerlo con las que sólo hablan de la gente y de lo mala que se ha vuelto esta generación joven. Nadie quiere estar cerca de un viejo maniático que sólo ve las nubes y que solamente habla del mal tiempo. 

     Número dos: Su humor no se ha terminado, siga disfrutándolo. Me encanta rodearme de personas ya viejas que siguen viendo el lado bueno de la vida. Se dan cuenta de las cosas divertidas que suceden. Pueden contar historias excelentes. Disfrutan reír a pleno pulmón. Usted se ve fabuloso cuando esas personas ríen. Y le quita años a su cara.
 
     Número tres: Sus fuerzas no se han acabado, siga utilizándolas. No pierda su silueta. Manténgase activo. Coma bien. Vigile su peso. Evite el aislamiento y la inercia, y deje de hablar de todos sus dolores y achaques. Deje de hablar de lo débil que se está volviendo y de cómo los demás tendrán que hacer esto o aquello por usted. Láncese a hacer las cosas. Siga activo.
 
     Aquí está el cuarto: Sus oportunidades no se han acabado, siga buscándolas. A su alrededor hay personas que pudieran estar necesitando de una palabra de estímulo, de una nota de apoyo, de una llamada telefónica que les diga: “Te amo y creo en ti, y estoy orando por ti”. Por tanto, hágalo. Las oportunidades de ayudar a los demás no se han acabado.
 
     El quinto es obvio: Su Dios no ha muerto, siga sirviéndole y buscándole. El Dios vivo es eterno. El Señor Jesucristo es inmortal y siempre soberano. Siga disfrutando de un tiempo a solas con su Señor. ¡Esto es muy importante!
 
     Usted ha vivido lo suficiente para saber que nadie es tan digno de confianza como el Señor. Siga cultivando una relación vital con Él. Búsquelo con tesón y a menudo.
 
     Mi deseo para usted es el de una vida abundante, como la de Job, caracterizada, no por la ausencia de problemas (esto es imposible), sino que sea una vida verdaderamente placentera, realizada, útil, piadosa, equilibrada y gozosa.
 
     ¡Sí, en verdad gozosa! Y no lo olvide, que sea razonablemente dulce.

Buenos Días con Buenos Amigos
Tomado del libro Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmundohispano.org). Copyright © 2011 por Charles R. Swindoll Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.

   

domingo, 20 de febrero de 2011

¡Comience a Orar!

Comience a Orar
por Charles R. Swindoll

Esto sucedió efectivamente hace unos años.

Sucedió en 1968 en un aeroplano que se dirigía a la ciudad de Nueva York; un vuelo de rutina y normalmente muy aburrido. Pero esta vez no resultó ser así.

Cuando ya estaban en el proceso del aterrizaje, el piloto notó que el tren de aterrizaje no quedaba sujeto. Él movió todas las palancas y botones que podía, tratando vez tras vez de conseguir que el tren de aterrizaje quedará fijo en su lugar, sin lograrlo. Entonces pidió instrucciones a la torre de control. Mientras el avión daba círculos sobre el aeropuerto, las cuadrillas de emergencia recubrieron la pista de aterrizaje con espuma y los bomberos y otros vehículos de emergencia se colocaron en posición apropiada.

Mientras tanto, los pilotos les informaban a los pasajeros de cada maniobra con esa voz calmada, impávida, que aprenden a usar. Las azafatas se movían por la cabina con un aire de reserva tranquila. Se les dijo a los pasajeros que colocaran las cabezas entre las rodillas y que no sujetaran los tobillos justo antes del impacto. 

Hubo lágrimas, y unos cuantos gemidos de desesperanza. Era una de aquellas experiencias de las que uno piensa: “No puedo creer que esto me esté sucediendo a mí.”

Entonces, cuando el aterrizaje se aproximaba, el piloto de repente anunció por los intercomunicadores: “Estamos en el descenso final. En este momento, de acuerdo al Código Internacional de Aviación establecido en Ginebra, es mi obligación informarle que si usted cree en Dios debe comenzar a orar." Tal como lo oye, ¡eso fue exactamente lo que dijo!

Me alegro de informar que el aterrizaje de panza ocurrió sin problemas. Nadie resultó herido y, aparte del extenso daño en el avión, la aerolínea casi ni recordó el incidente. Es más, un pariente de uno de los pasajeros llamó a la aerolínea al día siguiente y preguntó sobre esa regla de oración que el piloto había citado. 

La respuesta fue una fría, y reservada declaración de “sin comentarios.”

Asombroso. Lo único que sacó a la luz una “regla secreta” profundamente sepultada, fue una crisis. Llevada hasta el borde, de espaldas contra la pared, justo hasta el punto máximo, y con todas las rutas de escape cerradas, sólo entonces nuestra sociedad abre una grieta a un indicio de reconocimiento de que Dios tal vez esté allí, “y si usted cree, debe comenzar a orar.”

Me hace recordar un diálogo que oí por televisión poco después de la erupción del monte St. Helens, el volcán en la región noroeste en los Estados Unidos. El entrevistado era un reportero que había “regresado del volcán con vida” con fotografías y una grabación del sonido de su propia pesadilla personal. Había estado cerca del cráter de la montaña cuando sucedió la erupción, y literalmente tuvo que poner pies en polvorosa para salir con vida, con la cámara encendida y el micrófono abierto. Las fotografías estaban movidas y oscuras, pero su voz era otra cosa.

Era espeluznante, casi demasiado personal para revelarlo. El hombre respiraba agitadamente, gemía, jadeaba, y le hablaba directamente a Dios. Nada de formalidad, ni frases de cajón, sino simplemente el grito desesperado de una criatura en crisis.

Cosas tales como “Ay, Dios, ay, Dios mío. ¡Auxilio! ¡Socorro!” Más gemidos, más respiración entrecortada, escupitajos, boqueos, toses, jadeos. “Este calor es demasiado. Todo está tan oscuro. Ayúdame, Dios, por favor, por favor, por piedad, por piedad.”

No hay nada como una crisis para dejar expuesta lo que de otra manera es una verdad oculta del alma. De cualquier alma.

Nosotros podemos enmascararlo, ignorarlo, hacerlo a un lado con fría sofisticación y negación intelectual, pero quítese el cojín de la comodidad, elimínese el escudo de seguridad, introduzca la amenaza de muerte sin la presencia de otros que quiten el pánico del momento, y es casi seguro que todas las filas de la humanidad “comienzan a orar.”

Las crisis aplastan; y al aplastar, a menudo refinan y purifican. He estado al lado de demasiado moribundos, y ministrado a demasiadas víctimas de la calidad, y escuchado a demasiadas personas quebrantadas y lastimadas como para creer de otra manera.

Desdichadamente, por lo general exige golpes brutales de aflicciones como esas para ablandar y penetrar los corazones endurecidos.

¿Conoce la admisión del novelista ruso Alexander Solzhenitsyn?
“Fue sólo cuando yacía en la paja podrida de la prisión que percibí dentro de mí mismo los primeros aguijonazos del bien. Así que, benditas seas, prisión, por haber estado en mi vida.”

Esas palabras proveen una ilustración perfecta de la instrucción del salmista:
Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba;
Mas ahora guardo tu palabra. . . .
Bueno me es haber sido humillado,
Para que aprenda tus estatutos.
(Salmo 119:67, 71).

Después de que la crisis aplasta, Dios interviene para consolar y enseñar.
Esto sucede en realidad en alguna parte de nuestro mundo, todos los días.

Tomado de Charles R. Swindoll, “Commence Prayer,” en The Finishing Touch: Becoming God’s Masterpiece (Dallas: Word, 1994), 550-52.

jueves, 17 de febrero de 2011

 17 de febrero 2011

¡Libres al fin!Charles R. Swindoll


     Si usted se toma el tiempo para leer el relato bíblico, verá que Dios le da a Job el mismo título cuatro veces: “Mi siervo” (Job 42:7, 8). ¡Qué título tan honroso!  Lo tenía antes de que comenzara su sufrimiento (Job 1:8), y lo sigue teniendo todavía. La heroica resistencia de Job dio como resultado que conservara el mismo título con que Dios lo apreciaba. Eso sí que se llama justicia en acción, y a Job debió resultarle muy placentero escuchar estas palabras dichas a oídos de aquellos que habían pasado tantos días humillándolo. “Mi siervo ha hablado lo recto.”
 
     Los hombres que antes habían sido los jueces de Job, están ahora con los animales requeridos e inclinándose delante del Señor con sus ofrendas, esperando que Job ore por ellos. ¿No es una escena excelente? ¡Habíamos esperado tanto por verla!  ¡Qué bueno fue que estos hombres deshicieran el entuerto, no sólo delante de Dios, sino también con Job! Es bueno que nosotros confesemos nuestro mal proceder a quienes hemos ofendido. Es bueno que digamos con nuestras acciones que hemos hecho algo mal y que estamos buscando el perdón. 
 
     Job obedece al Señor una vez que estos hombres han hecho su parte. “Entonces fueron Elifaz, Bildad y Zofar e hicieron como el SEÑOR les había dicho. Y el SEÑOR atendió a Job” (Job 42:9). Lo hicieron de prisa. No hubo ninguna argumentación, ninguna lucha, ninguna renuencia. Además, hicieron exactamente lo que el Señor les exigió, y lo mismo hizo Job, quien oró misericordiosamente por cada uno de ellos. No hay ningún resentimiento de su parte. No dice: “De acuerdo, arrodíllense. Ustedes me sometieron a un infierno. Voy a ver cómo quedan cuando los humille. Arrodíllense allí, ¡rostro en tierra!” No hay nada de eso. ¿Recuerda? Un corazón contrito no exige nada o los demás.
 
     ¡Sí, es una escena grandiosa! ¿Sabe usted lo que está sucediendo? Los pecados están siendo perdonados. La culpa está siendo quitada. Eso es lo que sucede cuando la justicia y la misericordia se mezclan.

     ¡Qué admirablemente retrata esto lo que sucedió en la cruz! Por eso es que la muerte de Cristo es llamada “eficaz”. Es efectiva, porque la justicia de Dios contra el pecado fue satisfecha una sola vez y por todos con la muerte del Cordero. Por consiguiente, la misericordia de Dios es liberada para el perdón de aquellos que confían en el Cordero. Y entonces somos hechos libres. ¡Libres al fin!

Buenos Días con Buenos Amigos
Tomado del libro Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmundohispano.org). Copyright © 2011 por Charles R. Swindoll Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Un plan insondable


 16 de febrero 2011

Un plan insondable

Charles R. Swindoll

     Esto es lo que hace tan placentero el clímax de la vida de Job. Este apreciado amigo, que nunca mereció el sufrimiento que soportó, es tratado con justicia. Y los que le amargaron la vida no fueron pasados por alto. El Dios de justicia finalmente interviene para recompensar grandemente y restaurar al justo, y para disciplinar severamente al injusto.

     Job entendió finalmente que el plan de Dios es insondable; que el razonamiento del Señor es correcto; y que sus caminos son más altos que lo que él podría jamás comprender. Siendo así, Job saca la bandera blanca de la rendición y dice con total sinceridad: “Me retracto y me arrepiento. Dije cosas que no debí haber dicho; hablé cosas de las que no sabía nada; y me volví complaciente conmigo mismo en mi defensa. Por favor, Señor, sabes que mi corazón es tuyo. Me humillo delante de ti. Me pongo a tu disposición. Tu propósito es correcto; tú plan es increíble; tus amonestaciones son justas; tu camino es el mejor.” 

     Eso fue suficiente. Cuando el Señor escuchó los sentimientos más profundos del contrito corazón de Job, cuando el Señor vio la humildad del espíritu quebrantado de Job y la sinceridad y docilidad de su alma, la misericordia se hizo presente y la justicia se puso en acción. Hay una justa retribución cuando el Señor decide utilizar a Job en el proceso de someter a la justicia a los otros hombres. Este es un buen momento para hacer una observación que vale la pena recordar. 

     Usted se maravillará al ver cómo le utilizará el Señor en la vida de otras personas, una vez que ajuste su vida a los caminos de Dios. Usted será muchas cosas para ellas: una amonestación, un refugio, un punto de esperanza, una razón para seguir adelante, una fuente de fortaleza, una influencia tranquilizadora y muchísimas cosas más. Es maravilloso entender (para sorpresa suya) la manera cómo Él decide utilizarle como vehículo para ayudar a restaurar a quienes se han extraviado tanto. Esto a menudo incluye a aquellos que le causaron a usted una herida en su extravío. 

     Me acuerdo del atribulado padre de Los Miserables cuya única súplica la expresa en una exquisita canción acerca de su hijo, en la que dice: “¡Tráiganlo al hogar!”  También nuestro Padre celestial nos suplica que ayudemos a traer de vuelta a Él a sus hijos que se han extraviado: “¡Tráiganlos al hogar!”

Buenos Días con Buenos Amigos

Tomado del libro Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmundohispano.org). Copyright © 2011 por Charles R. Swindoll Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.

martes, 15 de febrero de 2011

Un giro completo


 15 de febrero 2011

Un giro completo

Charles R. Swindoll

     Job se arrepiente, se inclina en total sumisión y dice: “He llegado al límite de mi comprensión, y lo dejo allí. Mi vida en verdad es tuya, oh Dios. A ti te corresponde desentrañar el misterio, revelar los laberintos del camino, resolver lo insondable, saber las razones que hay detrás de las cosas inexplicables de mi vida.” 

     Así es como Job reconoce su incapacidad de entender el porqué, sin argumentar más, sin abrigar ningún resentimiento. No hay ningún pensamiento de: ¿Por qué no hiciste esto? En cambio, ¿qué es lo que vemos en Job? Un espíritu contrito y humillado. ¿Sabe usted lo que Job comprendió finalmente? 

Quien importa es Dios, no él. ¡Job lo entendió! ¿Qué significa eso? 

     Que el propósito de Dios está en marcha, y yo no puedo impedirlo.
     Que el plan de Dios es increíble, y yo no puedo comprenderlo
     Que la amonestación de Dios es buena, y yo no debo atreverme a ignorarla.
     Que el camino de Dios es el mejor, y yo no debo resistirlo.
 
     ¿Usted todavía no ha aprendido estas cosas? ¿Ha llegado a entender que lo suyo es ocuparse de su Dios? Él es el dueño de todo lo que usted dice que le pertenece. Todos los privilegios de que usted disfruta han sido dados por su gracia. Todos ellos son inmerecidos. Job entendió todo eso. Pero la pregunta es: ¿Lo ha entendido usted? Lamentablemente, muchos no lo comprenden hasta que se ven enfrentados a momentos insoportables. Pero Dios tiene las maneras de enderezar a sus hijos.
 
     ¡Qué deleitable puede ser una vida de sumisión a Dios! La combinación es hermosa: Una persona fuerte, rendida y vuelta humilde, con un “espíritu contrito y humillado”, sin resentimientos, sin exigencias, sin esperar nada, sin ofrecer condiciones, sin esperar ningún favor, totalmente arrepentida delante de Dios el Señor. ¿Y cuál es el maravilloso resultado? Que el Señor comienza a utilizarnos de manera increíble. Porque el mundo no ve muy a menudo esta especial combinación.
 
     Job finalmente ve a Dios como Él es, y se arrepiente totalmente. El resultado es una bendición tras otra. Una vez que Dios puso sus poderosas manos sobre los hombros de Job, este finalmente lo entendió.  ¿Ha sucedido lo mismo con usted?

Buenos Días con Buenos Amigos
Tomado del libro Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmundohispano.org). Copyright © 2011 por Charles R. Swindoll Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.
   

lunes, 14 de febrero de 2011

Seguirle en obediencia


 14 de febrero 2011

Seguirle en obediencia 
Charles R. Swindoll

     La respuesta de Job me lleva a pensar en lo que la pregunta dice a nuestro mundo del siglo XXI. ¡Qué mensajes tan necesarios para nuestros tiempos!

     El primero: Si los caminos de Dios son más altos que los míos, entonces me inclino delante de Él en sumisión. El resultado de esa actitud es una humildad verdadera. La sumisión a la voluntad del Padre celestial es la característica de la verdadera humildad. Y todos nosotros pudiéramos utilizar una gran dosis de ella. Es muy raro hallar un espíritu humilde en nuestro tiempo, especialmente entre las personas competentes, las muy inteligentes y las triunfadoras.
 
     Aquí está el segundo: Si Dios tiene todo el control, entonces no importa dónde Él dirija mis pasos, le sigo en obediencia. ¡Qué alivio tan grande produce esto! Por último, puedo relajarme, ya que el control no me pertenece a mí.
 
     Hace no mucho tiempo estaba hablando en una conferencia para pastores en el Instituto Moody, de la ciudad de Chicago en los Estados Unidos de América.
 
     El recuerdo que más conservo en mi mente de esa conferencia es el inmenso letrero que colgaba sobre la tarima, que podían leer todos cuando nos reuníamos.  Decía, con letras bien grandes:

Relájense todos: Por esta vez no están al frente

     La sala estaba llena de pastores, ¡mil quinientos en total! Cada uno sólo tuvo la responsabilidad de venir a la conferencia, donde se nos recordó que debíamos relajarnos, ya que no estábamos al frente como por lo general. Eso fue un estimulante alivio para todos los que asistimos.

     Ese fue el aviso que Dios desplegó frente a Job. “Tú no estás al frente de nada, Job; esa es mi responsabilidad. Tú eres mi siervo, y yo tu Amo. Yo sé lo que estoy haciendo.” Puesto que Dios sabe lo que está haciendo, yo simplemente le seguiré, no importa donde Él dirija mis pasos. ¡Qué alivio tan estimulante produce eso!

     ¿Qué siente usted cuando permite que Dios esté al frente de su vida: alivio, frustración, pánico? ¿Qué pudiera usted hacer que le ayude a relajarse sabiendo que él está al frente?




Buenos Días con Buenos Amigos

Tomado del libro Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmundohispano.org). Copyright © 2011 por Charles R. Swindoll Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.

domingo, 13 de febrero de 2011

Soy insignificante


 12 de febrero 2011

Soy insignificante

Charles R. Swindoll

     Si usted toma tiempo para analizar estas palabras, verá que Job tiene tres respuestas. La primera es una respuesta de humildad. La segunda es una respuesta de alivio. Y la tercera es una respuesta de sumisión. 

    Eso era todo lo que Dios quería oír. ¡Y qué cambio tan importante produjo en Job! Sin darse cuenta, Job se había vuelto un defensor seguro de sí mismo, independiente y atrevido. Pero, sin expresarlo de esa manera, había comenzado a parecer como si hubiera comprendido y aceptado la soberanía divina.
     Su primera respuesta está en el versículo 4: “Yo soy insignificante”. Muchos que han sido instruidos en psicología rechazarán esta respuesta. Dirán que debemos ser estimulados a tener conciencia de lo importante que somos, de lo valiosos que somos para Dios y del lugar importante que tenemos en el mundo.  Su consejo sería: “No piense ni diga: ‘Soy insignificante”. Pero, antes de que nos sintamos tentados a creer esto, observe que Dios no critica a Job por decir que es insignificante o indigno.
     
     Podríamos decirlo de esta manera: “Soy un peso liviano."  A decir verdad, esto es cierto. Es una expresión adecuada por parte de Job cuando le preguntan tantas cosas que él no es capaz de responder y se le muestra tanto que no puede comprender. Con sincera humildad, el hombre reconoce: “Soy insignificante.”
   Su segunda declaración es: “¿Qué te he de responder?”   Personalmente veo esto como una expresión de alivio. Dios no quería respuestas; Él ya las sabía. Él conoce todas las respuestas! Quería que Job reconociera esto: “No sé ninguna de las respuestas. Y si no sé esas cosas por más visibles que sean, ¿cómo podré entender plenamente los misterios profundos que rodean mi mundo?”. Al reconocer esto, su angustiosa resistencia dio paso a un tranquilo alivio.
     
   Lo que trato de decir aquí es sumamente importante: Cuando somos quebrantados y llegamos al final de la cuerda, el propósito no es tener más respuestas para lanzarlas a los demás. Es para ayudarnos a reconocer que el Señor es Dios, y que sus planes y sus razones son más profundas y más amplias que lo que nosotros podemos comprender. Por tanto, no tenemos que dar ninguna respuesta ni defenderlas.
 
   La tercera respuesta de Job es un testimonio de sumisión. “Pongo mi mano sobre mi boca”, concluye el versículo 4. He dicho ya lo suficiente, en realidad, demasiado.
   
   ¿Puede usted hacer estas tres confesiones a Dios? ¡Si no puede, propóngase hacerlas! 
   

Buenos Días con Buenos Amigos
Tomado del libro Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmundohispano.org). Copyright © 2011 por Charles R. Swindoll Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.
  

viernes, 11 de febrero de 2011

¿De qué tamaño es su Dios?

Palabras para vivir




 11 de febrero 2011

¿De qué tamaño es su Dios?

Charles R. Swindoll

     Cuando Dios finalmente habla, le responde a Job desde un torbellino. De pronto, hace su presencia. ¿No habría sido maravilloso que nosotros estuviéramos allí? ¡Zuum! Relámpagos, truenos ensordecedores y oscuras nubes cubren los cielos y Dios entra en escena, irrumpiendo de la nada.  Job debió quedarse sin respiración cuando el Señor le “respondió desde un torbellino” (Job 38:1).

     Hace mucho tiempo (yo no tenía entonces más de diez años de edad), me encontraba pescando con mi padre durante una mañana tranquila y silenciosa. Nuestro pequeño bote de pesca estaba sin moverse sobre la superficie del agua en la bahía. Ambos teníamos nuestras cañas metidas en el agua, y ninguno decía ni una sola palabra. Mi padre estaba en la parte posterior del bote junto al motor, y yo en la parte delantera. Era una de esas mañanas cuando uno podía lanzar una moneda al agua y luego contar las ondas que se formaban. Todo estaba silencioso como una tumba, era algo casi fantasmagórico.

      De repente, desde las profundidades de la bahía, cerca del casco de nuestro bote, surgió del agua un inmenso pez con todas sus fuerzas. Dio una grandiosa vuelta de campana en el aire, y luego se hundió estrepitosamente en la bahía. Yo debí haber saltado unos 30 centímetros del asiento de madera, temblando del susto. Mientras seguía mirando su caña, mi padre dijo tranquilamente: “Te dije que los grandes estaban allí abajo.”

     Ese era el mensaje de Elihú. ¡Él está aquí abajo, Job! El mismo gloriosísimo Señor nuestro que está arriba en los cielos. “Escucha, Job. Él está aquí. No siempre está callado. Cuando habla, no hay voz corno la suya.”  Es posible que el concepto que tenía Job de Dios se haya hecho mayor, gracias a los comentarios finales de sus amigos.

     Cuando su Dios es demasiado pequeño, sus problemas son demasiado grandes y usted retrocede temeroso e inseguro. Pero cuando su Dios es grande, sus problemas se vuelven insignificantes y usted se llena de reverencia cuando adora al Rey.

¿De qué tamaño es su Dios? ¿Es lo suficientemente grande para intervenir en su vida? ¿Es lo suficientemente grande para que confíe en Él? ¿Es lo suficientemente grande para que lo reverencie y le tenga absoluto respeto? ¿Es lo suficientemente grande para acabar con sus angustias y para que las sustituya por paz?
     Recuerde: Cuanto más conozca a Dios, más grande se volverá Él para usted.  
Buenos Días con Buenos Amigos
Tomado del libro Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmundohispano.org). Copyright © 2011 por Charles R. Swindoll Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.

jueves, 10 de febrero de 2011

Nada se Le compara

 10 de febrero 2011

Nada se le comparaCharles R. Swindoll

     Dios es prominente y preeminente. Es majestuoso en su poder, magnífico en su persona y maravilloso en sus propósitos. ¡Qué reconfortante es replegarnos a la sombra de nuestra propia insignificancia y dar total atención a la grandeza de nuestro Dios! ¡Se trata solamente de Él! 

     Muy diferente al caso de la niñita que iba caminando al lado de su madre bajo un fuerte aguacero con truenos ensordecedores. Cada vez que se producía un relámpago, su madre notaba que la niña se daba vuelta y sonreía. Caminaban un poco más, había otro relámpago, y la niña se volvía otra vez y sonreía. La madre finalmente le dijo: “Querida, ¿qué sucede? ¿Por qué te volteas y te sonríes después del resplandor del relámpago?” 

     “Bueno”, dijo ella, “quiero estar serena y sonreír para Dios, porque Él me está tomando una fotografía.” 

     Damos un gran paso hacia la madurez cuando finalmente entendemos que no se trata de nosotros ni de nuestra importancia. Se trata de la magnificencia de Dios. De su santidad. De su grandeza. De su gloria. 

     El SEÑOR marcha en el huracán y en la tempestad; las nubes son el polvo de sus pies. 
 
     ¡Bueno es el SEÑOR! Es una fortaleza en el día de la angustia y conoce a los que en Él se refugian. (Nahúm 1:3, 7)

     Dios es trascendente. Él es magnífico. Sólo Él es admirable! Él está en todas partes, encima de nosotros, dentro de nosotros. Sin  Él no hay justicia. Sin Él no hay santidad. Sin Él no hay la promesa del perdón ni la fuente de verdad absoluta ni razones para soportar ni esperanza más allá de la tumba. Nada se compara con Él. Como dicen las palabras del himno “Al Rey adorad”:  

AI Rey adorad, grandioso Señor,
Y con gratitud cantad de su amor.
Anciano de Días, nuestro Defensor,
De gloria vestido, Te damos loor.
Buenos Días con Buenos Amigos
Tomado del libro Buenos Días con Buenos Amigos (El Paso: Editorial Mundo Hispano, 2007). Con permiso de la Editorial Mundo Hispano (www.editorialmundohispano.org). Copyright © 2011 por Charles R. Swindoll Inc. Reservados mundialmente todos los derechos.