martes, 26 de febrero de 2013

A propósito del día del amor y la amistad II


En la entrega anterior hablé sobre como el sufrimiento de mi hijo en la clínica me llevó a comprender mejor nuestro propio sufrimiento y como El Padre Celestial debe permitirlo en nuestras vidas, aún a pesar del dolor para poder formar en nosotros la imagen de Su amado Hijo, Jesucristo.


La segunda reflexión que hice en ese lugar fue la siguiente:

Es un requisito para todo verdadero creyente MOSTRAR SOLIDARIDAD en los tiempos difíciles (enfermedad, relaciones rotas, problemas emocionales, familiares, muerte, cárcel, economía en bancarrota, etc.) hacia aquellos que nos rodean: familiares, hermanos en la fe, amigos, compañeros de trabajo, vecinos, etc.


Debido a mi encierro involuntario en la clínica por casi una semana, fui crítica y severa con aquellos que conocían por lo que estaba pasando con mi hijo y no habían llamada, visitado, etc.  Tuve todo tipo de pensamientos condenatorios hacia diferentes personas.


No obstante, gracias doy al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo y mío también que siempre está presto en amor y firmeza para revelarnos nuestros más profundos y oscuros pecados e inclinaciones que nos alejan los unos de los otros sin razón alguna.  El me recordó que en innumerables ocasiones, yo he estado sentada en el banquillo de los acusados en donde tenía ahora a muchos de los míos.  Vino a mi mente cuando familiares, hermanos en la fe, amigos, compañeros de trabajo, vecinos, etc. han pasado por circunstancias adversas y yo no los he apoyado.


Claro, justifiqué el hecho de mi ausencia con aseveraciones como: “tengo esposo, dos hijos, trabajo, estudio, voy a la iglesia.  Estoy agotada, en esos momentos no he podido decir presente con una llamada o visita”. 


Gracias debemos siempre dar a nuestro Dios que Él nos conoce: nuestras debilidades y prejuicios mas injustos ; sabe que el querer hacer el bien está en nosotros por Su espíritu, pero que nuestra carne es débil e inclinada continuamente al mal (Rom. 7:14-25), pero su misericordia no es lastima humana que nos deja sumidos en el fango, ella nos muestra nuestra condición y Su justicia nos conduce, guía al cambio.

El me mostró mi egoísmo al justificarme y al no pensar que otros pudieran tener las mismas justificaciones o más reales aún que las mías y así no juzgarlos tan duramente. Me mostró un camino mejor: El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se  envanece;  no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor;  no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad.  Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Co. 13:4-7).

La realidad es que los tiempos en que vivimos es muy fácil envolverse en suplir nuestras propias necesidades reales y deseos egoístas; todo está diseñado para que nos olvidemos de los demás y nos centremos en nosotros mismos; olvidando así lo que dice Santiago en el capítulo 1 verso 18: La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo”.

El mundo con toda su publicidad, programas de tv, radio, etc. nos insta a satisfacernos de inmediato, no hay lugar para el dominio propio sino para la recompensa inmediata de nuestros anhelos porque “¡lo merecemos!  ¡Trabajamos mucho y tenemos derecho!”


¡Cuán lejos está esto de la vida que vivió nuestro amado Salvador!  En Marcos 1:39-42, 2:1-5, 6:13; Mateo 12:15, Lucas 4:40, 6:19, 9:11 vemos como el Señor anduvo en esta tierra haciendo el bien: sanando, alimentando física y espiritualmente, así como enseñando a aquellos que propagarían las buenas nuevas de Su venida a la tierra. Wow! ¡Esta fue una vida sin desperdicio alguno de tiempo!

El dispuso su tiempo al servicio de los demás, nunca malgastó sus horas en diversiones insulsas y deseos egoísta; cuando no estaba con la gente, estaba buscando el rostro de Su Padre, de donde provenía su fortaleza y eficiencia.  Él vivió una vida plena y llena de satisfacción, a diferencia de la nuestra, que por vivir para nosotros, estamos insatisfechos, vacíos y siempre tratando de lograr nuestra felicidad, olvidando lo que dice Mateo 16:24-26: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.  Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?

Aunque seamos  cristianos, si no vivimos por El y para El, entonces seremos debiluchos espirituales y derrotados diariamente por nuestra concupiscencia (egoísmo, carnalidad, orgullo, etc.).


Es tiempo de que despertemos y ofrezcamos nuestras vidas a Aquel que dio la suya, siendo nosotros malos y perversos. ¡La diferencia entre nosotros y Él es abismal, la suya es valiosa, elevada y digna de imitar!  El lavó los pies de sus discípulos y al hacerlo, modeló el mayor ejemplo de siervo que ha pasado por la tierra.  Entonces debemos entender que lo menos que podemos hacer en agradecimiento (no en pago) es servirle en adoración y entrega a los demás  (Juan 13:3-17).


El verso 17 dice: “Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis”.  No basta con saber lo que debemos hacer… ¡HAY QUE HACERLO!  Sé que muchos podrán decir conmigo: “Sé tantas cosas que debo y no debo hacer, y sin embargo, termino haciéndolas ocasionalmente o a menudo”.  Les remito nuevamente a Romanos 7:18-25, ya que nos lo explica muy bien: el querer hacer el bien está en nosotros (por haber nacido de nuevo) pero nuestra naturaleza original nos estorba en muchas ocasiones.


Concluyo reconociendo que aunque conozco y sé muchas cosas que debo y no debo hacer, aún continúo haciéndolas, debido a una sola cosa: puedo leer todos los libros que se hayan escrito en todo el mundo, puedo estudiar toda mi vida en el mejor instituto bíblico fundado, puedo conocer la Biblia de tapa a tapa, puedo memorizarla completamente, y sin embargo, si me falta Su gracia para aplicar todo ese conocimiento al alma y al espíritu de nada me sirve.  “La letra mata más mas el Espíritu vivifica”, ¡Oh, sublime gracia del Señor  necesito de ti para traer vida a mis huesos secos y alma desierta!


Su gracia es el pegamento que une el conocimiento de El a nuestras acciones.


Podemos vivir por años y años sirviendo al Señor (por lo menos, creyendo que lo estamos haciendo) y sin embargo, no ser fructíferos en ninguna de las áreas de nuestras vidas (familiar, ministerial, laboral, etc.) porque Su gracia es lo que nos capacita para hacer lo que debemos. 


Aunque Su gracia es inmerecida, no obtenible por méritos humanos, no obstante es bien sabido que ésta debemos buscarla en intima comunión a través de la lectura y meditación de la Biblia, oración y adoración al único Dios verdadero continuamente, con un corazón contrito y humillado. 


¡Oh, Señor, concédenos el acercarnos a ti con gozo y gustar de tus delicias en tu presencia para que podamos ser tu cuerpo que trae gloria y honra a tu Gran Nombre y sirva a los demás en sus diferentes necesidades!  ¡Amén!

jueves, 14 de febrero de 2013

A propósito del día del Amor y la Amistad I




 
Neumonia de Carlos Miguel

Desde el lunes 4 al sabado 8 del presente mes, mi hijo de 6 años fue internado por neumonia y fue como si hubiéramos estado un mes (es difícil estar en mismo lugar más de dos días).  Sin embargo, de este encierro he reflexionado sobre dos cosas:

Debido a la neumonía que tenía, sufrió y lloró tanto, que me provocó una fuerte migraña.  Cada 8 horas había que aplicarle varios medicamentos a través del suero, pero el antibiótico le causaba mucho dolor y picazón en el brazo.  Lo cual repercutía en gritos de auxilio, llanto descontrolado y desesperación total en él.  Al punto que en una ocasión dijo: “Quisiera no existir, no haber nacido” y en otra dijo: “Mami, déjame morir, por favor, no permitas que me pongan ese medicamento”; para luego añadir: "Por culpa de Adán y Eva".

El punto al que quiero llegar es al siguiente: al verlo sufrir y llorar tanto, yo también internamente lloraba y me desesperaba; deseando poder estar en su lugar.  Su dolor era mi dolor, mi alma se rasgaba de pena.  No obstante, en ningún momento me paso por la cabeza decirle a la doctora o enfermeras que detuvieran la medicación, ya que prefería sufrir con él por un periodo corto de tiempo, que perderlo para toda la vida. 

REFLEXION:

Esto me llevo a reflexionar lo que ocurrió con mi salvador, Jesucristo, camino al Gólgota y en la cruz.  El Padre Celestial ofreció a su único hijo para sanar la enfermedad que mataba al mundo (el pecado).  La cura para esta enfermedad costo más que la salud, el bienestar físico o emocional de Su hijo... Su vida.  El sufrimiento de Su amado hijo le dolía al Padre profundamente, pero El sabía que dicho dolor, repercutiría en la salvación de Su creación.  Su hijo tuvo que pasar lo insufrible por la maldad de la humanidad, pero Él lo hizo por AMOR.  Su sacrificio en la cruz  trajo como consecuencia la sanidad integral (física, emocional y la espiritual) de todo aquel que le acepta como salvador y señor de su vida.  El Padre no podía detener Su plan por el grito de dolor de Su hijo: “¿Padre, por qué me has desamparado?”, aunque Su corazón estuviera partido en dos.

Trayendo esto a nuestra condición de hijos suyos, podemos llegar a la siguiente conclusión:

Todos sabemos que el método por excelencia para ser transformados, pulidos, humillados y santificados es el SUFRIMIENTO; porque nuestro orgullo y testarudez no nos permite reconocer nuestra condición pecaminosa, a menos que seamos derribados y humillados.  En medio del dolor gritamos, pataleamos, maldecimos y algunos hasta negamos nuestra fe (quizás no con palabras, pero si con nuestros hechos).  Suplicamos a nuestro Dios que detenga la prueba: que pare el dolor, que supla la necesidad, que resuelva el conflicto familiar, etc.  Sin embargo, el techo nos parece de plomo y nuestras oraciones no pueden penetrarlo, al punto que ni siquiera podemos pronunciarlas.  Llegamos a creer que nuestro Dios nos olvidó, que Él se complace en castigarnos por no haber actuado como se esperaba de un hijo suyo.  Mas nuestro amante y bondadoso Padre nos dice al no hacer lo que le pedimos en esas ocasiones: “Si no levanto la prueba es por AMOR a ti”.  Su amor y misericordia es más fuerte que cualquier sentimentalismo humano pasajero.  Su amor nos mantiene en las vicisitudes para sacar de nosotros oro fino de nuestro carácter formándonos a la semejanza de Su perfecto hijo.

Oh, gracias, Sublime y Sabio Padre, por no darnos lo que queremos, si no lo que necesitamos!!!!!!!!

Mi hijo en el momento del dolor se enojó conmigo, el personal clínico y hasta con Dios por no detenerle su sufrimiento, pero luego que pasaba cada dosis, se acercaba me besaba y anhelaba mi presencia a su lado. 

¡Oh, mi Dios, que nuestro sufrimiento nos acerque aún más a ti y no nos aleje! ¡Que cada prueba pueda ser de beneficio y forme el carácter de tu hijo en estas vasijas quebradas que somos!

La segunda reflexión la hare en la próxima entrega.