jueves, 14 de febrero de 2013

A propósito del día del Amor y la Amistad I




 
Neumonia de Carlos Miguel

Desde el lunes 4 al sabado 8 del presente mes, mi hijo de 6 años fue internado por neumonia y fue como si hubiéramos estado un mes (es difícil estar en mismo lugar más de dos días).  Sin embargo, de este encierro he reflexionado sobre dos cosas:

Debido a la neumonía que tenía, sufrió y lloró tanto, que me provocó una fuerte migraña.  Cada 8 horas había que aplicarle varios medicamentos a través del suero, pero el antibiótico le causaba mucho dolor y picazón en el brazo.  Lo cual repercutía en gritos de auxilio, llanto descontrolado y desesperación total en él.  Al punto que en una ocasión dijo: “Quisiera no existir, no haber nacido” y en otra dijo: “Mami, déjame morir, por favor, no permitas que me pongan ese medicamento”; para luego añadir: "Por culpa de Adán y Eva".

El punto al que quiero llegar es al siguiente: al verlo sufrir y llorar tanto, yo también internamente lloraba y me desesperaba; deseando poder estar en su lugar.  Su dolor era mi dolor, mi alma se rasgaba de pena.  No obstante, en ningún momento me paso por la cabeza decirle a la doctora o enfermeras que detuvieran la medicación, ya que prefería sufrir con él por un periodo corto de tiempo, que perderlo para toda la vida. 

REFLEXION:

Esto me llevo a reflexionar lo que ocurrió con mi salvador, Jesucristo, camino al Gólgota y en la cruz.  El Padre Celestial ofreció a su único hijo para sanar la enfermedad que mataba al mundo (el pecado).  La cura para esta enfermedad costo más que la salud, el bienestar físico o emocional de Su hijo... Su vida.  El sufrimiento de Su amado hijo le dolía al Padre profundamente, pero El sabía que dicho dolor, repercutiría en la salvación de Su creación.  Su hijo tuvo que pasar lo insufrible por la maldad de la humanidad, pero Él lo hizo por AMOR.  Su sacrificio en la cruz  trajo como consecuencia la sanidad integral (física, emocional y la espiritual) de todo aquel que le acepta como salvador y señor de su vida.  El Padre no podía detener Su plan por el grito de dolor de Su hijo: “¿Padre, por qué me has desamparado?”, aunque Su corazón estuviera partido en dos.

Trayendo esto a nuestra condición de hijos suyos, podemos llegar a la siguiente conclusión:

Todos sabemos que el método por excelencia para ser transformados, pulidos, humillados y santificados es el SUFRIMIENTO; porque nuestro orgullo y testarudez no nos permite reconocer nuestra condición pecaminosa, a menos que seamos derribados y humillados.  En medio del dolor gritamos, pataleamos, maldecimos y algunos hasta negamos nuestra fe (quizás no con palabras, pero si con nuestros hechos).  Suplicamos a nuestro Dios que detenga la prueba: que pare el dolor, que supla la necesidad, que resuelva el conflicto familiar, etc.  Sin embargo, el techo nos parece de plomo y nuestras oraciones no pueden penetrarlo, al punto que ni siquiera podemos pronunciarlas.  Llegamos a creer que nuestro Dios nos olvidó, que Él se complace en castigarnos por no haber actuado como se esperaba de un hijo suyo.  Mas nuestro amante y bondadoso Padre nos dice al no hacer lo que le pedimos en esas ocasiones: “Si no levanto la prueba es por AMOR a ti”.  Su amor y misericordia es más fuerte que cualquier sentimentalismo humano pasajero.  Su amor nos mantiene en las vicisitudes para sacar de nosotros oro fino de nuestro carácter formándonos a la semejanza de Su perfecto hijo.

Oh, gracias, Sublime y Sabio Padre, por no darnos lo que queremos, si no lo que necesitamos!!!!!!!!

Mi hijo en el momento del dolor se enojó conmigo, el personal clínico y hasta con Dios por no detenerle su sufrimiento, pero luego que pasaba cada dosis, se acercaba me besaba y anhelaba mi presencia a su lado. 

¡Oh, mi Dios, que nuestro sufrimiento nos acerque aún más a ti y no nos aleje! ¡Que cada prueba pueda ser de beneficio y forme el carácter de tu hijo en estas vasijas quebradas que somos!

La segunda reflexión la hare en la próxima entrega.




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