Neumonia de Carlos Miguel
Desde el lunes 4 al sabado 8 del presente mes, mi hijo de 6 años fue internado por neumonia y fue como si hubiéramos estado un mes (es difícil estar en mismo lugar más de
dos días). Sin embargo, de este encierro
he reflexionado sobre dos cosas:
Debido a la neumonía que tenía,
sufrió y lloró tanto, que me provocó una fuerte migraña. Cada 8 horas había que aplicarle varios medicamentos
a través del suero, pero el antibiótico le causaba mucho dolor y picazón en el
brazo. Lo cual repercutía en gritos de
auxilio, llanto descontrolado y desesperación total en él. Al punto que en una ocasión dijo: “Quisiera
no existir, no haber nacido” y en otra dijo: “Mami, déjame morir, por favor, no
permitas que me pongan ese medicamento”; para luego añadir: "Por culpa de Adán y Eva".
El punto al que quiero llegar es
al siguiente: al verlo sufrir y llorar tanto, yo también internamente lloraba y
me desesperaba; deseando poder estar en su lugar. Su dolor era mi dolor, mi alma se rasgaba de
pena. No obstante, en ningún momento me
paso por la cabeza decirle a la doctora o enfermeras que detuvieran la medicación,
ya que prefería sufrir con él por un periodo corto de tiempo, que perderlo para
toda la vida.
REFLEXION:
Esto me llevo a reflexionar lo que
ocurrió con mi salvador, Jesucristo, camino al Gólgota y en la cruz. El Padre Celestial ofreció a su único hijo
para sanar la enfermedad que mataba al mundo (el pecado). La cura para esta enfermedad costo más que la
salud, el bienestar físico o emocional de Su hijo... Su vida. El sufrimiento de Su amado hijo le dolía al
Padre profundamente, pero El sabía que dicho dolor, repercutiría en la salvación
de Su creación. Su hijo tuvo que pasar
lo insufrible por la maldad de la humanidad, pero Él lo hizo por AMOR. Su sacrificio en la cruz trajo como consecuencia la sanidad integral (física,
emocional y la espiritual) de todo aquel que le acepta como salvador y señor de
su vida. El Padre no podía detener Su
plan por el grito de dolor de Su hijo: “¿Padre, por qué me has desamparado?”,
aunque Su corazón estuviera partido en dos.
Trayendo esto a nuestra condición
de hijos suyos, podemos llegar a la siguiente conclusión:
Todos sabemos que el método por
excelencia para ser transformados, pulidos, humillados y santificados es el
SUFRIMIENTO; porque nuestro orgullo y testarudez no nos permite reconocer
nuestra condición pecaminosa, a menos que seamos derribados y humillados. En medio del dolor gritamos, pataleamos,
maldecimos y algunos hasta negamos nuestra fe (quizás no con palabras, pero si
con nuestros hechos). Suplicamos a
nuestro Dios que detenga la prueba: que pare el dolor, que supla la necesidad,
que resuelva el conflicto familiar, etc. Sin embargo, el techo nos parece de plomo y
nuestras oraciones no pueden penetrarlo, al punto que ni siquiera podemos pronunciarlas. Llegamos a creer que nuestro Dios nos olvidó,
que Él se complace en castigarnos por no haber actuado como se esperaba de un
hijo suyo. Mas nuestro amante y
bondadoso Padre nos dice al no hacer lo que le pedimos en esas ocasiones: “Si
no levanto la prueba es por AMOR a ti”.
Su amor y misericordia es más fuerte que cualquier sentimentalismo
humano pasajero. Su amor nos mantiene en
las vicisitudes para sacar de nosotros oro fino de nuestro carácter formándonos
a la semejanza de Su perfecto hijo.
Oh, gracias, Sublime y Sabio
Padre, por no darnos lo que queremos, si no lo que necesitamos!!!!!!!!
Mi hijo en el momento del dolor se
enojó conmigo, el personal clínico y hasta con Dios por no detenerle su
sufrimiento, pero luego que pasaba cada dosis, se acercaba me besaba y anhelaba
mi presencia a su lado.
¡Oh, mi Dios, que nuestro
sufrimiento nos acerque aún más a ti y no nos aleje! ¡Que cada prueba pueda ser
de beneficio y forme el carácter de tu hijo en estas vasijas quebradas que somos!
La segunda reflexión la hare en la
próxima entrega.
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