jueves, 14 de abril de 2011

El creyente lleno del Espíritu se somete a las autoridades legítimas


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En el texto de Efesios 5:18ss Pablo nos dice que los creyentes llenos del Espíritu adoran a Dios con una alabanza gozosa y edificante, y que son agradecidos. Pero Pablo añade otro resultado de la llenura, y es el que encontramos en el vers. 21 de Ef. 5: la sumisión mutua.

En el original la palabra “someterse” es un participio que concuerda con los otros participios que Pablo ha venido usando en el texto. “Sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros… cantando y alabando… dando siempre gracias… sometiéndonos unos a otros en el temor de Dios”. La sumisión es un fruto de la llenura.

Pero al tocar este punto Pablo abre delante de nosotros una ventana que nos introduce en la próxima sección de la carta a los Efesios. Luego de considerar el andar del cristiano en la Iglesia y el andar del cristiano en el mundo, a partir del cap. 5:21 comenzamos a ver el andar del cristiano en el seno de su hogar.

Y el primer aspecto que Pablo toca es el de la sumisión. Ninguna comunidad de individuos podrá funcionar adecuadamente sin un claro entendimiento de la sumisión que debemos a todos aquellos que están en autoridad. Pero ¿en qué consiste la sumisión bíblica?

Muchas personas rechazan de plano el concepto de sumisión porque la asocian de inmediato con la idea de debilidad o inferioridad. Una persona sumisa es débil, o tiene un bajo concepto de sí mismo; se siente inferior y por eso permite que lo esclavicen. Pero la verdadera sumisión no tiene nada que ver con la debilidad de carácter, no significa esclavitud ni tampoco inferioridad.

La Biblia enseña que todos los seres humanos son igualmente dignos, porque todos fueron creados a la imagen de Dios. Y todos son iguales en naturaleza porque todos comparten la misma humanidad.


Dios no ha dado al hombre superioridad por encima de la mujer, ni promueve en
Su Palabra que la mujer sea denigrada de ningún modo o tratada como un ciudadano de segunda categoría. El machismo no tiene lugar en la enseñanza de las Escrituras.

Sin embargo, aunque el hombre y la mujer son iguales en dignidad y en naturaleza, ambos son distintos en género. Iguales pero diferentes. Dios hizo al hombre y a la mujer con ciertas características físicas y emocionales que distinguen la masculinidad de la femineidad.

La gloria de un hombre está en ser hombre. “Portaos varonilmente”, dice Pablo a los hombres de Corinto; y la gloria de la mujer está en ser mujer. El hecho de que sean iguales no elimina las diferencias.

Por otra parte, Dios ha asignado al hombre y a la mujer roles distintos en la sociedad, y es aquí donde entra en juego la idea de sumisión. Esta palabra que Pablo usa en nuestro texto es un término militar que conlleva la idea “subordinarse”, “colocarse bajo el rango de autoridad correspondiente”, “someterse voluntariamente al liderazgo de otro”.

El concepto de sumisión presupone el reconocimiento de que algunos han sido colocados en una posición de autoridad, y que aquellos que están dentro de su esfera de liderazgo deben someterse a dicha autoridad. Eso no quiere decir que los que se someten son inferiores, o menos inteligentes, o menos espirituales. No.

En un regimiento militar puede darse el caso de que un soldado raso sea más inteligente y más capaz que un sargento. Pero el sargento posee un rango mayor, y el raso debe someterse.

En 1Cor. 11 Pablo nos dice que así como Cristo es cabeza de todo varón, y el varón es cabeza de la mujer, así también el Padre es la cabeza de Cristo. Dios el Hijo se somete voluntariamente a la autoridad de Dios el Padre, y eso no hace al Hijo menos Dios, ni menos digno, ni menos glorioso.

Más aun, cuando el Hijo de Dios se hizo Hombre se sometió a la autoridad de Sus padres terrenales, dice en Lc. 2:51. En ese caso, el que era evidentemente más grande, más inteligente y más sabio se sometió a los que eran muchísimo menos que él. Sumisión no significa inferioridad, sino el reconocimiento de un orden establecido por Dios.

Cristo se sujetó a la autoridad de Sus padres. Él decidió hacerlo. La verdadera sumisión es voluntaria. No se trata de alguien que es sometido, sino más bien de alguien que se somete, que voluntariamente decide ceder y colocarse bajo el liderazgo de otro.

Esta sumisión contiene dos componentes básicos: obediencia y honra. En 1P. 3:1-6 Pedro establece cuál es el deber fundamental de las esposas cristianas. Hablando de la sumisión de Sara, Pedro nos dice que ella obedecía a Abraham llamándole “señor”.

Ahora bien, hay un solo pasaje de las Escrituras en donde vemos a Sara llamando “señor” a Abraham. Dice en Gn. 18:12 que en el momento en que Dios le revela a Abraham que tendría un hijo de su esposa, Sara estaba escondida detrás de la puerta de la tienda; y dice el texto que al escuchar la noticia, Sara se ríe y dice dentro de sí: “¿Después que he envejecido tendré deleite, siendo también mi señor ya viejo?”

Sara no estaba hablando con Abraham, ella estaba hablando consigo misma.

Pero tenía una clara perspectiva en su corazón de la autoridad que Dios le había conferido a su marido.

El punto que Pedro está haciendo aquí no es que las mujeres deben decirle “señor” a sus esposos, sino la actitud interna que debe tener una mujer hacia su marido. Él es digno de respeto porque ocupa una posición legítima de autoridad.

¿Qué es, entonces, la sumisión? Es una actitud interna de respeto a las autoridades establecidas que se manifiesta externamente a través de la obediencia. Obediencia sin honra no es sumisión.

Algunas personas están en autoridad, tienen la última palabra, no porque ellos sean superiores en sí mismos, sino porque han sido colocados en un rango superior. No es la superioridad del individuo lo que lo hace respetable, es la posición que ocupa. Sin ese respeto el hogar no funciona.

De hecho, nada funciona adecuadamente cuando no se toma en cuenta la línea de autoridad. En un equipo de baloncesto hay alguien que dirige al equipo, y dentro de la zona de juego algunos ocupan una posición y otros ocupan otra. ¿Cómo se juega mejor? Cuando cada uno funciona dentro de la coordinación que el capitán ha establecido. Si cada cual hace en la cancha lo que bien le parece, es muy probable que pierdan el juego.

Una guerra no se gana cuando a cada soldado se le ocurre seguir una estrategia personal, porque él piensa que su plan es mejor. No. El soldado debe obedecer, porque para eso están las autoridades, para ser reconocidas y obedecidas.

En las próximas entradas responderemos otras preguntas sobre este tema. Por ahora, no olviden esto: el creyente lleno del Espíritu reconoce las líneas de autoridad establecida y se somete a ellas. El emocionalismo no produce eso. Sólo el poder del Espíritu en nosotros puede capacitarnos a subyugar la rebeldía natural del corazón para someternos gozosa y voluntariamente a quiénes debemos someternos.



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